No
deja de ser paradójico que la conmemoración anual del 7 de noviembre como día
de la democracia fuera instaurada en 1942, seis años antes de que ocurriera una
corta pero sangrienta guerra civil cuyo principal móvil, se dice, fue la
defensa de la voluntad popular expresada en las urnas. Pero así es la vida en
sociedad, llena de paradojas.
No
está mal dedicar un día al año a la reflexión sobre la democracia, siempre y
cuando no se centre solamente alrededor de las elecciones periódicas para
elegir autoridades. Porque si bien es cierto que el voto popular es un
componente esencial de la democracia, no es el único; debe ir acompañado de un
conjunto de libertades ciudadanas que garanticen la libre circulación de las ideas
y una deliberación pública amplia.
Libertades
civiles, deliberación pública, tolerancia y respeto extendidos y, por supuesto,
elecciones periódicas, son los ingredientes básicos para definir un régimen y
una sociedad como democráticos. Pero no se trata solamente de la existencia de
libertades y derechos definidos en constituciones y leyes, sino también de
posibilidades reales de ejercerlos y exigirlos. En otras palabras, que las
diferencias económicas y sociales no deberían ser pronunciadas, a fin de evitar
influencias incontestables sobre el poder político y, por tanto, la presencia
de ciudadanías de segunda y tercera clase.
Esta
celebración del día de la democracia nos ha pillado en medio de un aumento
significativo de la pobreza, según lo indican los resultados de la Encuesta
Nacional de Hogares de julio de este año, realizada por el INEC: 32.727 hogares
desmejoraron sus condiciones de ingreso y cayeron por debajo de lo que se
denomina "línea de pobreza". En total, el número de hogares en esta
situación es de 318.810. La pobreza, entonces, según estas cifras, afecta a
1.170.634 personas, es decir, prácticamente a la cuarta parte de la población
del país (24,6%). Pero estas son estimaciones relativamente conservadoras, que
no toman en cuenta a las personas que están ligeramente por encima de la línea
indicada, y que, por tanto, tienen iguales carencias y pasan por similares
penurias que aquellas oficialmente declaradas como pobres.
Malas
noticias: ha aumentado la pobreza y la desigualdad se mantiene elevada. El 20%
de la población mejor situada económicamente concentra la mitad del total de
los ingresos de los hogares en el ámbito nacional; mientras que el 20% más
pobre, se debe contentar con un 4%. En otras palabras, que el 20% de la población
se esta engullendo un trozo del pastel de los ingresos 18 veces más grande que
el que recibe el 20% más pobre.
El
país más feliz del mundo, según ciertas cuestionadas mediciones, sigue
mostrando una cara que muchos no quieren ver, que permanece semi oculta en áreas
segregadas del valle central y en las zonas periféricas del país. Pero ahí está,
recordándonos que como sociedad no hemos hecho bien la tarea.
Celebrar
la democracia, pero...
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