Cierto, las cosas no están bien; hay
signos de preocupación en el ambiente por las controversias alrededor del
presupuesto del año próximo entre el gobierno y la Asamblea Legislativa. Pero, ¿realmente
el grueso de la ciudadanía está tan alarmado como lo están algunos periodistas,
no pocos analistas y muchos empresarios? ¿No se estará intentando generalizar
los miedos de esos grupos, sus intolerancias hacia lo nuevo y a lo que rompe
con esquemas, y, sobre todo, el temor a que ciertos intereses particulares
terminen siendo afectados?
No son pocos los que expresan nostalgia
por un pasado bipartidista donde “la sangre no llegaba al río”, porque el interés
superior de los dos partidos representativos de ese período señalaba límites
precisos a los conflictos, más allá de los cuales se podía poner en peligro la
estabilidad del sistema, como ocurrió a mitad de los años noventa del siglo
pasado, cuando el neofiguerismo quiso aplastar al PUSC y a su líder.
En esa ocasión rápidamente se
movilizaron los “guardianes del templo”, y llevaron a Figueres Olsen y a Calderón
Fournier a firmar aquel famoso pacto que empezaba con la frase: "Nosotros,
hijos de dos caudillos queridos por el pueblo de Costa Rica…" Pero las
aguas volvieron a su nivel parcialmente, porque en el subsuelo se estaba
gestando el descontento político que afloró en los años siguientes, dando
inicio al proceso de cambio en que estamos todavía inmersos.
Los problemas que hoy vivimos son en
gran parte el producto de una acumulación de errores, de tareas incompletas o
postergadas, de bloqueos y vetos entre grupos de poder, de ineficiencia
institucional y de corrupción. Seguramente nada de esto hubiera emergido de
pronto, como lo ha hecho, si los resultados de las elecciones de febrero y
abril hubieran sido otros. Posiblemente los problemas se hubieran tapado o
disimulado, pateando la bola hacia adelante, evitando el señalamiento de
responsabilidades, como lo hizo Laura Chinchilla con su antecesor, con las funestas
consecuencias conocidas.
La impericia e improvisación que se señala
al actual gobierno, en buena parte se origina en esa acumulación de
situaciones. Los problemas son tan grandes y las necesidades tan inmensas, que
su enfrentamiento se vuelve muy costoso. El elevado déficit en las finanzas públicas,
es una herencia dejada por los dos últimos gobiernos del PLN, que es imposible
corregir en unos cuantos meses. Seguramente se puede intentar bajar gastos y
hacer otras economías, pero es imposible que el presupuesto para 2015 no
incluya un déficit apreciable. Sólo una especie de apagón gubernamental podría
eliminarlo del todo; pero el costo social y político sería sumamente elevado.
Para bajar el déficit, a la par de la
revisión concienzuda del gasto público, hay que entrarle al tema de los
ingresos: mejorar la recaudación, perseguir la evasión y allegar nuevos
recursos, es decir, enfrentar la postergada y combatida reforma tributaria.
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