Lo que más me gusta de esta época del año es el cambio
en la declinación del sol. Al iluminar desde otro ángulo los árboles, las
edificaciones y las montañas, de pronto, redescubrimos lo que vemos todos los
días. Mejor dicho, lo que no vemos, por estar más preocupados por llegar a
tiempo al trabajo o temprano a casa, o por las tensiones y congojas que
sufrimos diariamente. Paisajes y realidades del presente que se nos escapan por
vivir en las alegrías o en las amarguras del pasado, o en las incertidumbres
del futuro.
Vivo con sentimientos encontrados la
alegría y las muestras de afecto que se desbordan en este mes, porque me parece
que detrás de las apariencias hay mucha hipocresía. Eso de alegrarse por
decreto y tener que sonreír cuando no se tienen ganas, me produce un poco de
picazón.
Lo que menos me gusta de esta época
es el consumismo desatado. Un consumismo que ahora se inicia en noviembre, con
las supuestas o reales ofertas del llamado “viernes negro”. Una moda que viene
del norte y que empieza a arrastrar en mayor o menor medida a una parte de
nuestra sociedad. Porque para la otra las ofertas no significan nada. Son
aquellas personas que con grandes dificultades logran, un día sí y otro quizás
no, conseguir lo mínimo necesario para mantenerse vivos.
Son las personas que se encuentran
en una situación que las estadísticas oficiales denominan “pobreza extrema”. La
Encuesta Nacional de Hogares indica que en 2012 hay cerca de 1.098.377
costarricenses que son pobres. De ese grupo, 336.997 están en condición de
pobreza extrema. Hay que señalar, además, que en las zonas rurales la presencia
de la pobreza es mayor, sobre todo en los confines de las regiones Chorotega,
Brunca, Pacífico Central y Huetar Atlántica.
Desde los años setenta del siglo
pasado el país no logra reducir significativamente los índices de pobreza, es
decir, que por lo menos un 25% de la población está condenado a sufrir y
reproducir esa inhumana condición. Es una realidad que no puede ocultar la
propaganda engañosa que nos presenta como el país “más feliz” del mundo.
Muchas y muchos de nosotros no nos
acordamos que existen, sumergidos en el consumismo que nos arrastra. O porque
hacemos nuestras vidas en zonas en las que no les vemos. Como corrientemente no
nos topamos con ellas, solo por excepción, terminamos borrándolas del paisaje o
situándolas en una lejanía en la que se desdibujan totalmente sus contornos.
Pero las estadísticas están ahí. Nos
indican que gobiernos vienen y gobiernos van, que no solamente no logran
resolver los problemas básicos de infraestructura o transporte público, sino
que fracasan, y nosotros con ellos, en disminuir la pobreza y bajar la
creciente desigualdad económica y social que se percibe en el ambiente.
¡Que el consumismo innecesario, los
tamales y el alcohol, no nos hagan perder de vista esta realidad!
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