La semana anterior el Consejo de Gobierno concedió el
indulto a cuatro mujeres y cinco hombres, de un total de 82 solicitudes
presentadas. De los indultos concedidos, uno ha sido objeto de controversia,
por varias circunstancias: la Sala Tercera había confirmado la sentencia; la
persona beneficiada se encontraba en la fase inicial de cumplimiento de ella;
el Instituto Nacional de Criminología no había recomendado el indulto, por esa
y otras razones, y, finalmente, porque en la gestión realizada por vecinos de
la comunidad medió la mano de un connotado diputado de oposición.
Es delicado emitir criterio sobre un asunto que
involucra directamente las vidas de dos personas concretas, e indirectamente la
de muchas más. Dos personas que no tenían historial delictivo, que se ven
enfrentadas desigualmente en un hecho de violencia, que termina por afectar
también desigualmente sus vidas y su futuro. Uno de ellos convicto y ahora
indultado; el otro, con las huellas del incidente en su cuerpo y en su alma,
que le acompañarán por el resto de sus días. No sobra decir que los
protagonistas del incidente están en dos situaciones sociales diametralmente
diferentes, que les ayudarán o les impedirán retomar la línea de desarrollo de
sus vidas.
Por eso llama poderosamente la atención que en hecho
tan controvertido, ministros del gobierno y la propia presidenta Chinchilla
hayan tomado partido, olvidando la otra cara de la moneda. No solamente
estuvieron de acuerdo con el indulto, sino que a posteriori se han dedicado a
defender a quien en su momento un tribunal condenó, y a justificar la acción
con argumentos destinados a tocar fibras sensibles de un sector posiblemente
amplio de la ciudadanía: la defensa de la familia y la propiedad privada. En
esta línea de argumentaciones les ha salido un cirineo: Ottón Solís.
Se olvida el marco social en que ocurrió este
desgraciado incidente, y otros similares: la pobreza, la desigualdad y la falta
de oportunidades que enfrentan importantes sectores de la población. En la
región Huetar Norte la pobreza afecta al 25% de las personas. Una situación
marcada, además, por inseguridad ciudadana, exagerada a veces por los medios de
comunicación, que lleva a algunas personas a adquirir armas que les
proporcionan un falso sentimiento de seguridad, pero que entrañan un doble
peligro: la propia muerte por accidentes o por enfrentar delincuentes expertos
y la toma de la justicia por mano propia.
La Presidenta y los ministros, con el indulto y su
argumentación, están incentivando esta última acción, con los peligros que
entraña para la estropeada institucionalidad costarricense. También este
indulto lleva inevitablemente a preguntarse si se cumple el precepto
constitucional de igualdad ante la ley, o si estamos ante un sistema que al
final de cuentas distribuye la justicia desigualmente. Es decir ante una
justicia para ricos y otra para pobres.