Un artículo reciente de la filósofa valenciana Adela Cortina, en el madrileño diario El País, me ha hecho volver a cavilar en torno al viejo problema del cambio social. ¿Cómo puede una sociedad encaminarse hacia nuevos horizontes de bienestar social, de tolerancia, de solidaridad y de libertad, si en su interior las fuerzas que empujan en otra dirección son las dominantes?
En su artículo Adela Cortina dice que "No parece que nuestras sociedades crean de verdad que los seres humanos tienen dignidad, y no un simple precio, ni que la libertad, la igualdad y el apoyo mutuo sean superiores a sus contrarios. No parecen creerlo porque no lo hacen, las realizaciones no concuerdan con las declaraciones, del dicho al hecho hay un inmenso trecho". Y lleva razón, porque las lamentaciones sobre la pérdida de valores se quedan en eso, en lamentaciones, ante la escasa posibilidad de contrarrestar la avalancha de mensajes que abierta o encubiertamente predican lo que catalogamos como antivalores, desde nuestro punto de vista.
En otras palabras, que mientras nos mesamos los cabellos supuestamente horrorizados ante los avances del consumo de drogas, la presencia de narcotraficantes y la extensión de la corrupción, por el otro empujamos un modelo de sociedad donde lo individual se sitúa por encima de lo colectivo, y donde se incentivan valores como el éxito económico y su logro rápido, sin importar mucho los medios para alcanzarlo. Una sociedad basada en el consumo indiscriminado de todo tipo de productos materiales y culturales, la mayoría de estos últimos construidos de arriba abajo a través de los llamados “mass media”, fundamentalmente la televisión, con la ayuda ahora, de internet y de las redes sociales. Una sociedad que fomenta la idolatría de deportistas y personajes del mundo del espectáculo, que son presentados como símbolos de la buena vida; que fomenta el culto a la moda y al cuerpo, que desprecia la filosofía y que busca unificar las formas de pensamiento y de comportamiento, sobre todo de las nuevas generaciones.
No se trata de afirmar que todo lo viejo es bueno y todo lo nuevo es malo; pero hay valores que provienen de siglos de convivencia humana, que habría que preservar frente a la ofensiva de los antivalores. Valores que han probado ser valiosos para el ejercicio cotidiano de la vida en sociedad. Preservarlos no es solamente asunto de programas de educación destinados a convencer a las nuevas generaciones de su bondad. Esos programas ayudan, pero se necesita mucho más que eso, porque como lo afirma la citada Adela Cortina, “…la debilidad y la fuerza de la moral vienen de que son las personas mismas las que han de estar convencidas de que los seres humanos son dignos de una vida buena, de que hay valores que es necesario encarnar en la vida cotidiana”.
¿Es posible alcanzar ese convencimiento en medio de esta sociedad individualista y consumista?
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