El historial de acusaciones penales y civiles por deudas y otros comportamientos punibles, de un diputado liberacionista, debe llamarnos a la reflexión, una vez más, sobre la forma en que los partidos designan las candidaturas a diputados y otros cargos de elección popular.
Como lo que prevalece en la mayoría de los partidos es la adhesión incuestionada o el vasallaje al líder de turno, los otros aspectos de la trayectoria de las personas que aspiran a cargos como los señalados quedan ocultos o se disimulan, sobre todo si tienen que ver con la falta de honorabilidad, la inconsistencia política ideológica y, por supuesto, con la ausencia de vínculos con las comunidades que aspiran representar. Y mejor no hablemos del grado de conocimientos sobre el funcionamiento del estado y sus instituciones, sobre su razón de ser y sobre sus funciones dentro de una democracia.
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No existen los filtros que impidan a personas con antecedentes delictivos o moralmente cuestionables postularse y llegar a la Asamblea Legislativa, a las municipalidades y a las alcaldías municipales. Las listas que se presentan a consideración de los electores muchas veces contienen nombres de personas que no deberían aspirar a ningún cargo, por alguna de las razones señaladas. La posibilidad de inmunidad parlamentaria resulta muy atractiva para algunos de estos personajes.
Una vez que logran “colarse” en una papeleta, sobre todo en uno de los lugares elegibles, difícilmente se les puede parar, porque el sistema de listas cerradas y bloqueadas impide a la ciudadanía confeccionar, al menos parcialmente, su propia lista de candidatos y candidatas. Hay que votar por las listas que nos presenta cada partido, donde van personas que merecen ser electas pero también otras que no deberían figurar. Por supuesto que queda la opción de no votar o de anular el voto, pero eso es una especie de derecho al berreo.
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La ciudadanía no está exenta de culpa. Ingenuamente algunos votantes justifican su voto por un partido porque figura una persona que les gusta o les parece bien, sin darse cuenta del efecto de arrastre que tiene ese acto. Es decir, que ese voto favorece al conjunto, no la candidatura específica que le interesa. Por eso llegan a las municipalidades y a la Asamblea personas “non sanctas”, que seguramente no pasarían, o tendrían dificultades para hacerlo, si el sistema de elección fuera cuando menos mixto.
La mayor parte de los votantes solamente se fija, cuando lo hace, en las cualidades y propuestas de candidatas y candidatos a la presidencia de la República y, por arrastre también, vota por las listas de candidaturas que aquellos les presentan a consideración.
Si no nos dejáramos llevar por la pasión y fuéramos un poco más reflexivos, a pesar de los defectos señalados en el sistema electoral, podríamos evitar que algunos ángeles del cielo, como los que se mencionan en estos días, llegaran a la Asamblea Legislativa.
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