La ingobernabilidad es una especie de “coco” que se saca cada cierto tiempo para asustar a ingenuos. Desde el 1 de mayo de 1995, cuando el presidente Figueres Olsen usó el término para calificar la situación del país, las y los políticos nacionales lo incorporaron a su lenguaje con varios objetivos.
A veces se usa con el fin de desacreditar a instituciones y adversarios que se vuelven incómodos en su crítica a políticas públicas. La Defensoría, la Sala Constitucional, la Contraloría y por supuesto las fracciones de oposición, son a veces señaladas como creadoras de ingobernabilidad porque se traen abajo propuestas gubernamentales, generalmente con razón.
Otras veces la ingobernabilidad se usa para ocultar la incapacidad para llevar adelante planes y programas, o para negociar adecuadamente con fuerzas políticas y sociales. Es una forma de “quitarse el tiro”, como se dice popularmente. Asegurar que en este país no se puede hacer nada porque es ingobernable es una mala excusa para disfrazar incompetencia o carencia de propuestas realizables.
Son los usos y abusos de un término que apareció por los años setenta del siglo pasado, acuñado por una organización privada internacional, conocida como Comisión Trilateral, integrada por políticos, académicos y hombres de negocios de Estados Unidos, Europa y Japón. En un famoso informe de aquellos años la Comisión afirmó que las democracias occidentales estaban en proceso o se habían vuelto ingobernables, fundamentalmente por las políticas sociales. Había, por tanto, que empezar a recortar gasto público y rechazar nuevas demandas en el plano social.
Eran años en los que se preparaba la revolución neoconservadora impulsada por los gobiernos de Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra, que se extendería a todo el mundo gracias a las políticas empujadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El término ingobernabilidad tiene entonces un olorcillo inevitablemente conservador.
Porque ineludiblemente la democracia como forma de gobierno contiene elementos de ingobernabilidad. La diversidad de actores políticos e intereses en juego muchas veces tensa el ambiente y entraba la gestión gubernamental. Pero si queremos vivir en democracia hay que aprender a convivir con ese componente. La gobernabilidad total, el sueño de muchos gobernantes, solamente existe en dictadura.
Por supuesto que hay límites y la ingobernabilidad puede desbordarse, pero Costa Rica está lejos de esa situación. Ingobernables son algunos países de América Latina y, por supuesto, muchas naciones africanas padecen de ingobernabilidad crónica. No es nuestro caso, aunque es evidente que tenemos serios problemas en la toma de decisiones, tramitación de proyectos y ejecución de políticas públicas. Los orígenes, sin embargo, son otros.
Todo esto dicho a propósito de la aseveración que un directorio legislativo de oposición provocará ingobernabilidad.
martes, 26 de abril de 2011
martes, 19 de abril de 2011
Directorio de oposición
El intento de controlar el directorio legislativo por parte de la oposición puede resultar interesante, pero también es altamente riesgoso para algunos de los partidos participantes. Interesante porque cambiaría la dinámica de las relaciones entre poderes, restaurando la independencia relativa que debe existir entre ellos. Desde el gobierno anterior se ha dado una perjudicial asociación o simbiosis, que ha terminado por convertir a la Asamblea Legislativa en una correa de transmisión del poder ejecutivo.
Con un directorio de oposición, necesariamente la negociación política entre el ejecutivo y las fracciones tendría que incrementarse, para poder alcanzar acuerdos en asuntos de real importancia para el país. La tarea para el Ministro de la Presidencia sería más complicada pero, si es tan buen negociador como se pregona, sería la oportunidad para mostrar sus habilidades.
Las dificultades. Primero, son grupos muy diferentes, con no muchos intereses en común, aunque no se puede negar que en el tema del control político han trabajado bastante bien. Pero de ahí a la definición de una agenda mínima de trabajo, dentro de una visión compartida de país, hay mucho camino que recorrer. Sin esa agenda no tiene sentido el control del directorio legislativo. Dificultarle el camino al gobierno sin una propuesta alternativa congruente sería mal visto por la ciudadanía, y el intento podría derivar en un gran descalabro de cara a las elecciones de 2014.
En segundo lugar está el asunto de la repartición de cargos, incluyendo la integración de las principales comisiones legislativas. Todos querrán ocupar los puestos de poder, pero aquí cuenta la aritmética y la experiencia. El PAC, a pesar de sus flaquezas, es visto por la ciudadanía como el principal partido de oposición, de acuerdo con la última encuesta de UNIMER. De las 1.202 personas entrevistadas, el 38% manifestó interés en participar en la designación del próximo candidato o candidata del Partido, porcentaje muy similar al de personas que indicaron lo mismo para la convención liberacionista: 39%. Pero hay diputados de otros partidos con más experiencia en las lides parlamentarias. Se impone entonces un balance entre aritmética y experiencia.
Suponemos que el ML, cuya credibilidad política está por los suelos debido al llamado pacto LILI, quedará por esa razón fuera de la repartición principal. Si la encuesta referida no se equivoca, el ML ha vuelto a lo que ha sido su tamaño histórico: 3,8% del electorado.
El tercer problema es la desconfianza mutua. Serían socios que tendrían que dormir con un ojo abierto, para evitar que algunos cedan a la tentación de acarrear agua a los molinos personales y partidarios, aprovechando el menor descuido de los otros. Además, el PLN estaría rondando permanentemente, a fin de aprovechar cualquier fisura para introducir la cizaña de la división.
Directorio compartido: una empresa riesgosa, sobre todo para el PAC.
Con un directorio de oposición, necesariamente la negociación política entre el ejecutivo y las fracciones tendría que incrementarse, para poder alcanzar acuerdos en asuntos de real importancia para el país. La tarea para el Ministro de la Presidencia sería más complicada pero, si es tan buen negociador como se pregona, sería la oportunidad para mostrar sus habilidades.
Las dificultades. Primero, son grupos muy diferentes, con no muchos intereses en común, aunque no se puede negar que en el tema del control político han trabajado bastante bien. Pero de ahí a la definición de una agenda mínima de trabajo, dentro de una visión compartida de país, hay mucho camino que recorrer. Sin esa agenda no tiene sentido el control del directorio legislativo. Dificultarle el camino al gobierno sin una propuesta alternativa congruente sería mal visto por la ciudadanía, y el intento podría derivar en un gran descalabro de cara a las elecciones de 2014.
En segundo lugar está el asunto de la repartición de cargos, incluyendo la integración de las principales comisiones legislativas. Todos querrán ocupar los puestos de poder, pero aquí cuenta la aritmética y la experiencia. El PAC, a pesar de sus flaquezas, es visto por la ciudadanía como el principal partido de oposición, de acuerdo con la última encuesta de UNIMER. De las 1.202 personas entrevistadas, el 38% manifestó interés en participar en la designación del próximo candidato o candidata del Partido, porcentaje muy similar al de personas que indicaron lo mismo para la convención liberacionista: 39%. Pero hay diputados de otros partidos con más experiencia en las lides parlamentarias. Se impone entonces un balance entre aritmética y experiencia.
Suponemos que el ML, cuya credibilidad política está por los suelos debido al llamado pacto LILI, quedará por esa razón fuera de la repartición principal. Si la encuesta referida no se equivoca, el ML ha vuelto a lo que ha sido su tamaño histórico: 3,8% del electorado.
El tercer problema es la desconfianza mutua. Serían socios que tendrían que dormir con un ojo abierto, para evitar que algunos cedan a la tentación de acarrear agua a los molinos personales y partidarios, aprovechando el menor descuido de los otros. Además, el PLN estaría rondando permanentemente, a fin de aprovechar cualquier fisura para introducir la cizaña de la división.
Directorio compartido: una empresa riesgosa, sobre todo para el PAC.
martes, 12 de abril de 2011
Mecates verdiblancos enredan al gobierno
Este primer año del gobierno de la Presidenta Chinchilla ha sido un tanto extraño. No ha podido desembarazarse de los problemas heredados de la administración anterior, ni imprimirle un sello distintivo a su gestión. Dicen que a Dilma Rousseff, la presidenta brasileña, le bastaron seis meses para diferenciar claramente su gobierno del de Lula, a pesar del fuerte liderazgo nacional e internacional de éste.
A los problemas heredados que acechan constantemente al gobierno de Chinchilla, hay que sumar los nuevos creados por la prematura candidatura de Rodrigo Arias. Nunca en la historia del PLN había ocurrido que un gobernante liberacionista tuviera que batallar en el primer año de su gobierno con problemas creados por el mismo Partido y su fracción parlamentaria.
La Presidenta ha preferido no enfrentar abiertamente la situación, y ha tratado de mantener el conflicto en un bajo nivel. El resultado está a la vista: le han dividido la fracción liberacionista a poco menos de un año de gestión y en momentos en que está estrenando nuevo ministro de la Presidencia. Los propagandistas de la administración dirán “que las divisiones son naturales”, y procurarán maquillar lo ocurrido, pero es innegable la división. Su profundidad es otra cosa.
Sin embargo, los vientos que corren no son favorables a los hermanos Arias. El abucheo en el estadio no fue precisamente una muestra de cariño hacia Óscar Arias. Y como si fuera poco, los resultados de la última encuesta de UNIMER-La Nación indican claramente que su hermano Rodrigo es en la actualidad un político sumamente impopular. Y eso no es un invento, porque una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica había apuntado en esa dirección.
No hacer olas y mostrarse complaciente ha resultado ser, entonces, una estrategia poco eficaz, porque ha sido interpretada como signo de debilidad. Como lo muestran los hechos, los elogios exagerados lanzados a Oscar Arias en el discurso pronunciado en la inauguración del estadio chino, de poco sirvieron. La referencia obligada pudo haber sido más moderada, dadas las circunstancias conocidas.
Los resultados de la encuesta de UNIMER indican que hay condiciones, quizás no por mucho tiempo, para mostrar a la ciudadanía y a la clase política quién está al mando del gobierno, y dónde está su asiento. Es decir, que está en Zapote, al este de San José, y no en ningún otro sitio de la Gran Área Metropolitana.
Es además el momento para mostrar que esta administración tiene su sello propio y que no es una mera continuación de la anterior. El informe presidencial del primero de mayo ante la Asamblea Legislativa podría ser la ocasión propicia para relanzar el gobierno, señalar con claridad sus metas y asumir, la Presidenta Chinchilla, el liderazgo que la gente le está reclamando, según revelan los resultados de la encuesta referida. ¡Paso el consejo gratis!
A los problemas heredados que acechan constantemente al gobierno de Chinchilla, hay que sumar los nuevos creados por la prematura candidatura de Rodrigo Arias. Nunca en la historia del PLN había ocurrido que un gobernante liberacionista tuviera que batallar en el primer año de su gobierno con problemas creados por el mismo Partido y su fracción parlamentaria.
La Presidenta ha preferido no enfrentar abiertamente la situación, y ha tratado de mantener el conflicto en un bajo nivel. El resultado está a la vista: le han dividido la fracción liberacionista a poco menos de un año de gestión y en momentos en que está estrenando nuevo ministro de la Presidencia. Los propagandistas de la administración dirán “que las divisiones son naturales”, y procurarán maquillar lo ocurrido, pero es innegable la división. Su profundidad es otra cosa.
Sin embargo, los vientos que corren no son favorables a los hermanos Arias. El abucheo en el estadio no fue precisamente una muestra de cariño hacia Óscar Arias. Y como si fuera poco, los resultados de la última encuesta de UNIMER-La Nación indican claramente que su hermano Rodrigo es en la actualidad un político sumamente impopular. Y eso no es un invento, porque una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica había apuntado en esa dirección.
No hacer olas y mostrarse complaciente ha resultado ser, entonces, una estrategia poco eficaz, porque ha sido interpretada como signo de debilidad. Como lo muestran los hechos, los elogios exagerados lanzados a Oscar Arias en el discurso pronunciado en la inauguración del estadio chino, de poco sirvieron. La referencia obligada pudo haber sido más moderada, dadas las circunstancias conocidas.
Los resultados de la encuesta de UNIMER indican que hay condiciones, quizás no por mucho tiempo, para mostrar a la ciudadanía y a la clase política quién está al mando del gobierno, y dónde está su asiento. Es decir, que está en Zapote, al este de San José, y no en ningún otro sitio de la Gran Área Metropolitana.
Es además el momento para mostrar que esta administración tiene su sello propio y que no es una mera continuación de la anterior. El informe presidencial del primero de mayo ante la Asamblea Legislativa podría ser la ocasión propicia para relanzar el gobierno, señalar con claridad sus metas y asumir, la Presidenta Chinchilla, el liderazgo que la gente le está reclamando, según revelan los resultados de la encuesta referida. ¡Paso el consejo gratis!
martes, 5 de abril de 2011
El síndrome de la platina
Pasado el alboroto del Estadio Nacional -los españoles dirían el follón- con el chasco de Messi incluido, volvemos a la dura realidad. Los cierres nocturnos en el puente de la platina; los “rollos” de la carretera a Caldera; Rodrigo Arias, las llamadas telefónicas y las consultorías del BCIE; los diputados de pensamiento medioeval imponiéndose y obstaculizando un proyecto de fecundación in vitro que no atente contra la vida de las mujeres y, por supuesto, la discusión acerca de la Caja y la salud de las mayorías del país.
Más que el moderno estadio, que ojalá no se “atugurie” muy pronto, lo que nos une hoy en día es la platina, que se ha convertido en una especie de símbolo nacional. Pero es un símbolo negativo, si se puede hablar en esos términos, porque resume la imposibilidad de hacer bien las cosas, no solamente por parte del Estado, sino también de la empresa privada. Porque no nos tragamos el cuento de que las instituciones públicas lo hacen todo mal y que todo lo bueno proviene de la iniciativa privada. En la platina se ha reunido lo malo de los dos, así como también en la carretera a Caldera.
Esto va más allá de la discusión entre qué es mejor, si lo público o lo privado. Por eso hablamos de un síndrome, en el sentido de la definición de la Real Academia de la Lengua: conjunto de síntomas característicos de una enfermedad. ¿Y cuál es esa enfermedad? Pues una que nos impide acometer grandes proyectos, desarrollarlos sistemáticamente, con resultados de alta calidad, y en el tiempo programado, pensando en lo mejor para el país.
No creo en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor; pero siento que el síndrome de la platina no siempre ha existido. Me parece que es algo nuevo, quizás de unas tres décadas para acá.
Porque hay cosas que se han hecho muy bien a lo largo de nuestra historia. Todavía hay vestigios de las carreteras que se construyeron en los años treinta del siglo pasado. Hay edificios escolares que resisten, y muy bien, el paso del tiempo, como también algunos puentes y las grandes plantas hidroeléctricas que construyó el ICE. En fin, que hay muchas muestras de que hacíamos bien las cosas.
Después, algo pasó y entramos en otra era, donde parece que nada sale bien. Hasta la cancha del estadio se pinta mal. En fin, que se impuso una suerte de mediocridad en todos los campos, señaladamente en la política, con notables excepciones.
Tengo la impresión de que las cosas empezaron a funcionar mal cuando entraron en decadencia las ideas de solidaridad, de comunidad, de construcción de país; cuando la ideología del individualismo logró penetrar a toda la sociedad; cuando lo que importa es lo que yo hago, con la mayor ganancia posible, sin que cuenten los demás. Es el “porta a mi” (que me importa a mi), una expresión nueva en el lenguaje nacional que sintetiza la situación.
Por ahora no soy muy optimista en cuanto a las posibilidades de cambio a corto plazo. ¿Estaré equivocado?
Más que el moderno estadio, que ojalá no se “atugurie” muy pronto, lo que nos une hoy en día es la platina, que se ha convertido en una especie de símbolo nacional. Pero es un símbolo negativo, si se puede hablar en esos términos, porque resume la imposibilidad de hacer bien las cosas, no solamente por parte del Estado, sino también de la empresa privada. Porque no nos tragamos el cuento de que las instituciones públicas lo hacen todo mal y que todo lo bueno proviene de la iniciativa privada. En la platina se ha reunido lo malo de los dos, así como también en la carretera a Caldera.
Esto va más allá de la discusión entre qué es mejor, si lo público o lo privado. Por eso hablamos de un síndrome, en el sentido de la definición de la Real Academia de la Lengua: conjunto de síntomas característicos de una enfermedad. ¿Y cuál es esa enfermedad? Pues una que nos impide acometer grandes proyectos, desarrollarlos sistemáticamente, con resultados de alta calidad, y en el tiempo programado, pensando en lo mejor para el país.
No creo en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor; pero siento que el síndrome de la platina no siempre ha existido. Me parece que es algo nuevo, quizás de unas tres décadas para acá.
Porque hay cosas que se han hecho muy bien a lo largo de nuestra historia. Todavía hay vestigios de las carreteras que se construyeron en los años treinta del siglo pasado. Hay edificios escolares que resisten, y muy bien, el paso del tiempo, como también algunos puentes y las grandes plantas hidroeléctricas que construyó el ICE. En fin, que hay muchas muestras de que hacíamos bien las cosas.
Después, algo pasó y entramos en otra era, donde parece que nada sale bien. Hasta la cancha del estadio se pinta mal. En fin, que se impuso una suerte de mediocridad en todos los campos, señaladamente en la política, con notables excepciones.
Tengo la impresión de que las cosas empezaron a funcionar mal cuando entraron en decadencia las ideas de solidaridad, de comunidad, de construcción de país; cuando la ideología del individualismo logró penetrar a toda la sociedad; cuando lo que importa es lo que yo hago, con la mayor ganancia posible, sin que cuenten los demás. Es el “porta a mi” (que me importa a mi), una expresión nueva en el lenguaje nacional que sintetiza la situación.
Por ahora no soy muy optimista en cuanto a las posibilidades de cambio a corto plazo. ¿Estaré equivocado?
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